España es un país rico en diversidad y
por tanto heterogéneo histórica y culturalmente. Si nos limitamos a
épocas recientes, España no ha sido un Estado Centralista, exceptuando
las épocas de dictaduras en las que no habla el pueblo sino el dictador
de turno. Es por ello que desde nuestro partido entendemos que, de los
diferentes modelos posibles de Estado, éste, el centralista, como el
francés por ejemplo, no sería viable ni aceptado en nuestro país.
Por otro lado el enfoque de la
transición española para construir un nuevo país democrático que diera
respuesta a dicha heterogeneidad y diversidad, inventó una fórmula
novedosa y única que ha supuesto un gran avance para nuestro país: las
Comunidades Autónomas, que ciertamente han sido las creadoras de un gran
cambio cualitativo en todo el territorio.
No obstante, la aplicación de este
modelo en los últimos años ha generado una fuerte problemática. El que
la Constitución dejara abierto el proceso de delegación de competencias
del Estado hacia las CCAA, sine díe, unido a la falta de partidos que
realmente velen por el todo, por los intereses comunes de las personas
que vivimos en todo el territorio nacional, ha generado una carrera,
primero de los partidos nacionalistas y más tarde de todos los varones
de los partidos al uso, hacia el aumento de poder y el intento de
negociación de privilegios de unas comunidades sobre otras. Lo que ha
terminado generando profundas desigualdades que, desde UPyD, entendemos
que no se pueden permitir ni mantener.
A la vez, este modelo ha permitido la
proliferación de múltiples formas administrativas en su
descentralización, muchas de las cuales se solapan, multiplicando
costes, generando estructuras nada racionales ni eficaces, que nos
llevan a la situación actual en la que se hace urgente un cambio en el
modelo de gestión de las competencias, haciendo posible por un lado
continuar con aquello positivo que generó el modelo basado en las CCAA y
reformulando lo que ha dado lugar a estructuras poco eficaces, que
crean desigualdad, que van en contra de la racionalidad y de la
eficacia, e incluso implican despilfarro y que ahondan en un peligroso
clientelismo que amenaza a su vez a la propia democracia.
Así, buscando un modelo igualitario y
solidario que implique la cohesión social y territorial del país a
corto, medio y largo plazo, que permita que todos nos beneficiemos de la
riqueza que supone la diversidad, en la misma línea lógica que nos ha
llevado a formar parte de la Unión Europea, entendemos que España debe apostar por un modelo Federal. Ello supondría un estado descentralizado que mantiene un núcleo unitario intocable de competencias, no delegable en ningún caso, que garantice la igualdad, la solidaridad y la cohesión
como son, desde nuestro punto de vista, la educación, la sanidad, la
fiscalidad y la justicia, entre otras. El Estado podría delegar su
gestión pero nunca la titularidad de las mismas.
Supone además nuestra propuesta de modelo de Estado para hacer posible dicha racionalidad y eficacia, todo un nuevo modelo de estructuración territorial, de las diferentes administraciones.
Se han de replantear y definir claramente las competencias a
desarrollar por cada nivel administrativo y determinar la financiación
adecuada, con la justa participación de cada administración en la
distribución del total del dinero público.
Para una verdadera racionalización de
la administración local que recordamos existe para dar los servicios más
cercanos a la ciudadanía, tendremos que reformular la dimensión de los
municipios. No olvidemos que somos de los pocos países europeos que no
hemos acometido todavía dicha restructuración. Tenemos 8.114 municipios,
donde el 80% tiene menos de 5.000 habitantes y más del 60% de los
mismos tiene menos de 1000, lo cual hace imposible, por falta de
recursos, que dichas estructuras administrativas cumplan su función: dar
servicios básicos a la ciudadanía. De esta forma eliminaríamos a su vez
las diputaciones que basan su “necesidad” en la precariedad de esos
pequeños municipios a los que asisten.
A su vez se trataría de evaluar todas
las estructuras, entes e instituciones paralelas con el fin de eliminar
duplicidades innecesarias.
Con toda esta reformulación de la
organización del Estado y de las distintas administraciones, entendemos
que lograríamos crear un Estado fuerte, racional y eficaz a la vez que
cohesionado, igualitario y solidario. Se podrían mantener los servicios
públicos esperados en un Estado del Bienestar que entendemos posible e
irrenunciable, pero que hoy se está recortando con la excusa de la
carencia de recursos económicos, mientras se mantienen estructuras
administrativas inútiles, injustas, despilfarradoras e insolidarias que
no velan por la ciudadanía y por sus derechos sino por los territorios y
por el mantenimiento de diversas clases de clientelismo.
Estas desviaciones mencionadas han dado
origen a la creación de una casta política que ha olvidado su verdadera
finalidad: buscar el bien común y la mejor forma posible de
convivencia. Y, a su vez, ha creado una suerte de tendencia centrífuga
en el país, potenciada tanto por los partidos que ideológicamente
siempre la han buscado como por aquellos que han convertido la búsqueda
del aumento del poder de sus comunidades en una forma de aumento de su
poder personal dentro de cada partido.
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